El reloj sonó, eran las 7, no había dormido nada, y en un rato debía ir a lo de Clara, que lo estaría esperando. Otra noche sin pausa, con giros sin intermitencias buscando respuestas en algún rincón de la cama.
Julián era periodista. No lo ejercía pero lo era, tenía la vocación, lo acompañaba, desde siempre. Sin embargo, hacía varios días que las certezas en las que tanto confió lo habían abandonado.
Hacía seis años que había llegado a la Capital. Vino por un proyecto, en el que creyó. No obstante, tirado en su cama, viendo el techo blanco de su dormitorio, se sentía naufragando en el océano, sin poder visibilizar la orilla.
Tenía 28 años, [resulta que a esa edad la gente ya tiene la vida decidida. Por lo menos en mi pueblo, pareciera ser así. No importa si se le oculta con una idea, tal vez falsa, de la felicidad, pero la tienen o creen tenerla. No sé, ni eso sé. ¿Cómo hacen para saber fehacientemente lo que deben hacer, y sin cuestionarlo?] pensaba.
En su interior, la ruleta no se detenía. Sentía fuertes pinchazos, entre sus ojos, como si le estuviesen clavando una aguja. Sus manos sudaban. Era el resultado de otra noche sin respuestas.
Se sentía impotente. No podía entender, lo buscaba, y lo sentía con más fuerza al ver como la gente corre para no llegar tarde, convencidos de ir siempre en la misma dirección.
Luego, suspiró, y se levantó. Se dirigió al baño, abrió el agua de la ducha, espero que se caliente mientras ponía música. Mayormente, esta era su rutina, una forma de entrar en sintonía.
Termino de bañarse, fue al dormitorio, separó la ropa que iría a utilizar, y tomó un bolso. Se vistió, pensó en preparar un café. Miró el reloj, eran las ocho, llegaría tarde.
Antes de salir, tanteo el bolsillo de su pantalón, quitó el celular y lo dejó sobre la mesa. Salió de su casa, en dirección a Directorio. El cielo estaba gris. La gente caminaba sin levantar la vista y apresurada. Nadie se miraba.
Por la vereda de enfrente, una señora caminaba junto a un niño, iban tomados de la mano. El niño caminaba mientras iba pateando las piedritas que se cruzaban en su andar, y a cada patada que les daba le sonreía a la señora. Los observó un instante intentando fotografiar ese momento, y siguió.
Caminó algunas cuadras por Directorio, hasta Hortiguera. Empezaba a llover, y decidió ingresar a un bar. Se ubicó al lado de una ventana, el agua se deslizaba en ella, y en la calle la gente seguía corriendo para no llegar tarde.
¿A dónde irán tan rápido?- Se preguntaba
-Disculpe señor, ¿Qué quisiera pedir? El mozo lo interrumpió
-Un cortado y dos medialunas de manteca… y una lapicera, ¿podría ser?
A los minutos, el café y la comida estaban en su mesa junto con la lapicera. Julián miró por la ventana, y buscó su cuaderno en el bolsillo de la mochila:
¿Hacia dónde vamos tan rápido? Creo que es el momento de parar. Pensar, ver, sentir. Con este ruido alrededor, que nos penetra y nos desconecta, es necesario irse. Alejarse, para obtener perspectiva. ¿Qué somos? No se puede saber dentro de esta vorágine. Quizás, de esta manera, yéndome, bien lejos, uno se encuentre. Es la única manera, creo. Alejarse, para encontrarse. Escribió.
Luego, vació un sobre de azúcar, revolvió y tomó un trago. Apoyó la taza y se acomodó en la silla. Recordó a Clara, lo estaría esperando. Sintió una lágrima que recorría su rostro, dejo que fluya. Miró la calle, había dejado de llover.
Salió del bar, caminó hasta pasar delante de un kiosco de diarios y revistas. El que atendía escuchaba la radio. Estaba sentado. Se le podía ver únicamente la cabeza, entre tantos papeles. Julián se detuvo, compró una revista, y escuchó sobre la desaparición de un pibe.
-Hace un mes y medio que no aparece. ¡Es una locura! Como si la tierra se lo hubiese tragado. – Comentó Julián, sin poder aceptar lo que había escuchado.
– Todo es un circo político. – Respondió el kiosquero, y sin ánimo de continuar la conversación, miró para otro lado.
Julián lo observó unos segundos y se fue.
[Quizás si uno no se va, seguirá corriendo para no llegar tarde, y repitiendo la normalidad]- Pensó.
Anduvo unas cuadras e ingresó al subte, faltaban tres minutos para que llegue. Transitó un rato por el pasillo mientras meditaba algo y salió. Caminó en dirección a Rivadavia, y detuvo un taxi. Se subió, sacó la billetera de la campera, contó el dinero, y dijo:
-A Retiro, por favor.
El taxi arrancó, y Julián suspiró:
[Clara lo entenderá. Hay que irse, no importa cuánto, pero lo que necesitemos para encontrarnos, y luego volver]
Después, se acomodó en el asiento, miró por la ventanilla, y sonrió.